¿Qué tan liviana/superficial/banalmente contemplamos los temas que atraviesan (ensartan) nuestra sociedad?
Es usted un compartidor crónico de memes reaccionarios? O un libre pensador trasnochado?? Averígüelo completando el siguiente cuestionario!
1. Ante el problema de la lucha feminista, antes de llegar a alguna conclusión, cuál de estos elementos evalúa usted primero:
A. La opresión cultural de las mujeres a lo largo de la historia.
B. La desigualdad económica en el ámbito laboral.
C. "Si una mujer me dice que lindo culo que tenés no pasa nada, pero si yo digo lo mismo me denuncian".
2. Ante el problema de la legalidad del aborto, antes de llegar a alguna conclusión, cuál de estos elementos evalúa usted primero:
A. El derecho inalienable que debería tener toda mujer de disponer de su cuerpo libremente.
B. La desigualdad económica que determina las condiciones para el aborto clandestino, llevando a mujeres sin recursos a una posible muerte.
C. "El feto es una persona, las que abortan son asesinas, y si era una nena entonces también es ni una menos, son todas hipócritas, si a la vida (del feto)!!"
3. Ante el problema de la corrupción, antes de llegar a alguna conclusión, cuál de estos elementos evalúa usted primero:
A. El entramado sistémico dentro del cual el dinero determina la calidad de vida y/o influencia de quien lo posea, independientemente de cómo lo consiga.
B. La desigualdad económica y la trunca relación entre precios y salarios, lo cual puede llevar a funcionarios públicos de bajo calibre a, literalmente, meter la mano en la lata.
C. "Son todos chorros, todos, del primero al último, hay que votar a millonarios así no roban, o a clemente que no tiene manos, aunque el turco, el tuerto y el manco también se llevaron todo. Todos chorros!"
4. Ante el problema de la inseguridad, antes de llegar a alguna conclusión, cual de estos elementos evalúa usted primero:
A. La relación capital/trabajo intrínsecamente contradictoria dentro del sistema global, lo cual permanentemente genera millones de excluidos que ven imposibilitado su ingreso al mercado laboral formal.
B. La desigualdad económica junto con la falta de educación y contención por parte del Estado es un combo explosivo que nos deja más de 10 mil muertos al año.
C. "Hay que matarlos a todos, a todos eh. Porque después dejan la larvita... Los pibes desde los 8 años ya pueden portar armas, que vayan presos. Ponés una bomba en la 11-14 y se soluciona todo."
Resultado:
Mayoría de respuestas A:
Usted es un idealista, un adelantado a su tiempo, habla un idioma extraño para la mayoría.
Le recomendamos congelarse y pedir que lo despierten dentro de 100 años. A lo mejor, una vez que el país haya terminado de pagar la deuda emitida el año pasado, la sociedad argentina esté preparada para debatir con usted.
Mayoría de respuestas B:
Usted tiene una obsesión. Haría lo que fuera por extirpar el flagelo de la desigualdad, bastión de la injusticia social. Es optimista: a lo mejor es sólo una cuestión matemática, subimos un punto las retenciones, repartimos subsidios y terminamos con la pobreza.
Le recomendamos eliminar la web Oxfam de los favoritos de su navegador, desafiliarse del PJ y afiliarse nuevamente al mismo.
Mayoría de respuestas C:
Es muy, muy, pero extremadamente muy importante que, por su propio bien y el de la humanidad toda, trate de no opinar ni meter bocado alguno cuando en su ámbito se traten los temas antes mencionados. En su lugar, le recomendamos virar la conversación hacia temas más amigables con su forma de ser, a saber: Fútbol, farándula, aplicaciones de citas, repuestos para moto, odontología general.
Filosofía Inodora
Escritos y pensamientos personales. Cosas que escucho por ahí. Filosofía barata, filosofía de baño, de calle, de subte, de bondi. Filosofía inofensiva, pulcra, sin matices, sin miedos, sin gritos, sin olores. Filosofía Inodora, en forma de Blog.
miércoles, 18 de abril de 2018
viernes, 20 de octubre de 2017
Acerca del concepto de "utilización política de un cuerpo"
1. Sobre el caso.
Es muy común por estos días ver, de parte de referentes mediáticos y personas comunes, ofuscación por un supuesto "uso político" del caso Maldonado. Parece ser que dirigentes, así como militantes o simples votantes, incluso su propia familia, no pueden dejar de pensar en sus ambiciones electorales y tratan permanentemente de sacar rédito político de la desaparición y posterior aparición de un argentino en circunstancias, al menos, algo confusas. Todo el accionar de grupos de diversos partidos políticos, organizaciones de derechos humanos, periodistas, cuidadanos "de a pié", etc, estaría (según esta lógica) motivada tan sólo para lograr una variación en los resultados de este domingo.
Todo esto suena muy lógico si no fuese porque se posiciona sobre lo que a mi entender es una falacia absoluta. Esto es: la anulación de las circunstancias en que se produce la desaparición forzada.
Maldonado no desapareció mágicamente, o cayéndose en un bache mientras caminaba por la ciudad, o perdiéndose en un bosque. Su desaparición se dió en el marco de una represión perpetrada por una fuerza armada estatal hacia una protesta mapuche dentro de la cual se encontraba Santiago. Con el agravante de sobrepasar la orden del juez que pedía tan sólo liberar la ruta, entrar en la comunidad a los tiros e iniciar una cacería hasta el río, lugar donde (dicen los testigos) dan con Maldonado. Y con el agravante de la presencia de un funcionario público en el mismo lugar y momento.
Hasta acá tenemos datos suficientes como para determinar la responsabilidad política de lo ocurrido, pero si nos situamos en el origen del conflicto (la protesta mapuche por las tierras hoy propiedad del grupo Benetton, la fuerza estatal funcionando en defensa de sus intereses, en el marco de un Estado que garantiza el derecho sagrado de la propiedad privada de sus propios recursos naturales a un grupo extranjero antes que mediar en el conflicto y reconocer los derechos de sus poblaciones autóctonas), tendremos una dimensión ideológica.
2. Sobre la interpretación de la noticia del caso.
Los que arguyen el mentado "uso político" del caso sólo tienen una cosa en mente: la inconveniencia del mismo para el gobierno actual.
Casualmente, los que utilizan este "argumento" son manifiestos defensores del macrismo. Dirigentes, periodistas, militantes, y votantes no arrepentidos necesitan relativizar el caso y señalar las reacciones de una gran parte de la población para desviar la atención. Para ello se valieron, principalmente, de dos recursos: a) la comparación con Julio Lopez, en una muestra miserable de hipocresía aún superando el "#nadie menos", y b) el desinterés manifiesto y búsqueda de rebaje del tema mediante la acusación de uso político del mismo. De esto último me quiero ocupar especialmente.
3. La utilización está en la interpretación.
José Ingenieros decía que el mediocre se escandalizaba con el desnudo artístico por lo que a él mismo le producía. Es la misma lógica que tiene el "macho" cuando acusa de provocación a una mujer por su forma de vestirse. Y es la misma lógica que, a mi entender, funciona en aquellos que ven en una manifestación que exige la aparición con vida de un desaparecido, en la interpelación al Estado y sus ministros, en la condena de los dichos vergonzosos y el extremo cinismo de la principal candidata en CABA, y en la abominación del silencio presidencial un uso político de la muerte.
Los que hacen un uso político de la muerte no somos los que pedimos la aparición con vida y ahora exigimos saber qué pasó con ese cuerpo, son los defensores de un gobierno encubridor, que por vergüenza propia necesitan justificar su voto miserable relativizando todo, incluso la muerte. A todos ellos les digo: háganse cargo. Ustedes son los que utilizan, ya no políticamente un muerto, sino personalmente, egocéntricamente, tratando de que sus pobres opiniones políticas vertidas en otro tiempo no terminen justificando esto. Son tan mediocres, que en vez de condenar lo ocurrido, se hacen los desentendidos, los desinteresados, los "desilusionados" de la política. Desilusiónense, sí, de lo que ustedes consideran política: simple choque de fuerzas para traccionar votos de aquí para allá. Para nosotros hay mucho más en juego.
Es muy común por estos días ver, de parte de referentes mediáticos y personas comunes, ofuscación por un supuesto "uso político" del caso Maldonado. Parece ser que dirigentes, así como militantes o simples votantes, incluso su propia familia, no pueden dejar de pensar en sus ambiciones electorales y tratan permanentemente de sacar rédito político de la desaparición y posterior aparición de un argentino en circunstancias, al menos, algo confusas. Todo el accionar de grupos de diversos partidos políticos, organizaciones de derechos humanos, periodistas, cuidadanos "de a pié", etc, estaría (según esta lógica) motivada tan sólo para lograr una variación en los resultados de este domingo.
Todo esto suena muy lógico si no fuese porque se posiciona sobre lo que a mi entender es una falacia absoluta. Esto es: la anulación de las circunstancias en que se produce la desaparición forzada.
Maldonado no desapareció mágicamente, o cayéndose en un bache mientras caminaba por la ciudad, o perdiéndose en un bosque. Su desaparición se dió en el marco de una represión perpetrada por una fuerza armada estatal hacia una protesta mapuche dentro de la cual se encontraba Santiago. Con el agravante de sobrepasar la orden del juez que pedía tan sólo liberar la ruta, entrar en la comunidad a los tiros e iniciar una cacería hasta el río, lugar donde (dicen los testigos) dan con Maldonado. Y con el agravante de la presencia de un funcionario público en el mismo lugar y momento.
Hasta acá tenemos datos suficientes como para determinar la responsabilidad política de lo ocurrido, pero si nos situamos en el origen del conflicto (la protesta mapuche por las tierras hoy propiedad del grupo Benetton, la fuerza estatal funcionando en defensa de sus intereses, en el marco de un Estado que garantiza el derecho sagrado de la propiedad privada de sus propios recursos naturales a un grupo extranjero antes que mediar en el conflicto y reconocer los derechos de sus poblaciones autóctonas), tendremos una dimensión ideológica.
2. Sobre la interpretación de la noticia del caso.
Los que arguyen el mentado "uso político" del caso sólo tienen una cosa en mente: la inconveniencia del mismo para el gobierno actual.
Casualmente, los que utilizan este "argumento" son manifiestos defensores del macrismo. Dirigentes, periodistas, militantes, y votantes no arrepentidos necesitan relativizar el caso y señalar las reacciones de una gran parte de la población para desviar la atención. Para ello se valieron, principalmente, de dos recursos: a) la comparación con Julio Lopez, en una muestra miserable de hipocresía aún superando el "#nadie menos", y b) el desinterés manifiesto y búsqueda de rebaje del tema mediante la acusación de uso político del mismo. De esto último me quiero ocupar especialmente.
3. La utilización está en la interpretación.
José Ingenieros decía que el mediocre se escandalizaba con el desnudo artístico por lo que a él mismo le producía. Es la misma lógica que tiene el "macho" cuando acusa de provocación a una mujer por su forma de vestirse. Y es la misma lógica que, a mi entender, funciona en aquellos que ven en una manifestación que exige la aparición con vida de un desaparecido, en la interpelación al Estado y sus ministros, en la condena de los dichos vergonzosos y el extremo cinismo de la principal candidata en CABA, y en la abominación del silencio presidencial un uso político de la muerte.
Los que hacen un uso político de la muerte no somos los que pedimos la aparición con vida y ahora exigimos saber qué pasó con ese cuerpo, son los defensores de un gobierno encubridor, que por vergüenza propia necesitan justificar su voto miserable relativizando todo, incluso la muerte. A todos ellos les digo: háganse cargo. Ustedes son los que utilizan, ya no políticamente un muerto, sino personalmente, egocéntricamente, tratando de que sus pobres opiniones políticas vertidas en otro tiempo no terminen justificando esto. Son tan mediocres, que en vez de condenar lo ocurrido, se hacen los desentendidos, los desinteresados, los "desilusionados" de la política. Desilusiónense, sí, de lo que ustedes consideran política: simple choque de fuerzas para traccionar votos de aquí para allá. Para nosotros hay mucho más en juego.
jueves, 16 de marzo de 2017
Reflexiones sobre un dibujo social
Hoy un amigo me envió esta imagen. Ya la había visto
publicada en algunos muros, y quisiera hacer una humilde reflexión al respecto.
1. Lo que la imagen representa
Vemos dibujado algo que no podemos negar: la profunda injusticia social de un
sistema mundial basado en la explotación de millones de personas cuyo
sometimiento es la única opción de supervivencia. De esa explotación van a
surgir una serie de productos que serán consumidos por otras millones de
personas en distintas partes del globo, que aun siendo también explotadas, les
queda un resto para generar el mercado.
Vemos a esas dos clases de personas, los trabajadores (casi esclavos) y el
consumidor. Nos está faltando una, ¿no creen…?
2. El mensaje
Veo dos maneras de interpretar el mensaje del dibujo. La primera es pesimista:
toda esa desgracia, todas esas personas sufriendo por ser sometidas a jornadas
inhumanas, por salarios de hambre a lo largo del planeta tienen un culpable.
Sí, los hábitos de consumo de los países desarrollados y semi desarrollados y
su clase media profesional que no para de comer, vestirse, mirar porno y
comprarse iPhones…
La otra, es optimista: todo ese mundo horrible que generó la irresponsabilidad
de los consumidores (malditos, malditos consumidores!) se arreglaría teniendo
conciencia y modificando nuestros “hábitos de consumo”. Hacerse vegetariano,
comprar ropa producida por chicos cool de Palermo o tomar café orgánico podría contribuir
a cambiar el mundo…
3. La “supuesta hipocresía”
Todo el mensaje anterior es rápidamente captado gracias al estereotipo de “chico
socialista” ó “hippie con osde” que se encuentra en la centralidad del dibujo.
Esa remera del “Ché” lo dice todo, ¿no?
¿Cómo puede ese pibe tener una remera de un revolucionario y ser un simple
consumidor más en este sistema? Los comunistas no consumen, los comunistas no
tienen iPhone, ni usan Facebook, ni nada. Se dejan la barba, no se bañan, viven
en la selva, eso hacen. Si les gusta ver porno que se adapten al sistema y no
lo cuestionen, ¡carajo!
Pero… ¿es realmente posible salirse del sistema? ¿Se puede, dadas las
circunstancias mundiales actuales, consumir algo que no haya sido producido
bajo condiciones de explotación? ¿Tenemos forma de saber de dónde viene
exactamente y cómo se hizo lo que estamos comprando, absolutamente cada cosa
que compramos?
4. El objetivo final
Acá es donde todo esto se pone interesante, porque voy a intentar descifrar
cual es el objetivo del dibujo, su función, para qué fue hecho.
A simple vista, parece cuestionar ese mundo injusto de explotación y miseria,
pero en realidad lo que cuestiona es “el cuestionamiento de ese mundo injusto
de explotación”. La crítica se centra en la “supuesta hipocresía” antes
descripta. El dedo acusador señala a ese consumidor que, disfrutando de todos
los productos y servicios que genera la industria capitalista, osa ponerse una
remera del “Che” y criticar aquéllos “hábitos de producción”. Con lo cual, este
dibujo, en vez de generar conciencia sobre el mundo que vivimos, lo que genera
es frustración.
Provoca frustración sobre el cuestionamiento del statu quo y obsecuencia al
sistema capitalista, ya que así planteadas las cosas, la única manera de no ser
un hipócrita sería aceptar la injusticia despreocupadamente.
Este dibujo es un excelente dispositivo desactivante de toda posición disidente
al sistema, ya que para no pecar de hipocresía, es mucho más fácil aceptar las cosas
como están, antes que renunciar a todo tipo de consumo e irse a vivir a una
isla (básicamente).
5. Conclusión
La tercera clase de personas que falta en el dibujo es, ni más ni menos, la
clase social dominante, la gran clase fantasma que nunca quiere mostrar su
verdadera cara. Los dueños de los medios de producción, financiación,
comunicación, los dueños de la tierra, los dueños del capital, la clase
capitalista por excelencia. Te olvidaste de agregarla en el dibujo, ¿no,
García? Detalles, nomás…
Vivimos en un sistema en donde la rentabilidad, la productividad, la
acumulación de capital, la tendencia al monopolio, a la superproducción, etc. está
por encima de cualquier necesidad REAL de consumo. El valor de cambio está por
encima del valor de uso. El capital por encima de los seres humanos. El consumo
es estimulado mediante bombardeos publicitarios para poder colocar mercadería
que YA ESTÁ producida. Los cambios en los hábitos personales de consumo de cada
uno poco impacto pueden tener en un sistema con hábitos de producción
terriblemente especulativos, donde se busca disminuir costos y maximizar
ganancias cada vez más fuertemente, ¡en eso radica la supervivencia de una
empresa!
En medio de este círculo vicioso, dibujos como este sólo producen sofocamiento
y miedo. Miedo a ser considerado hipócrita en la imposibilidad de apartarse del
sistema y aun así estar disconforme con él.
Es una mojada de oreja, una provocación para abandonar toda utopía, todo ideal,
por creerlo imposible de realizarse. La única manera de oponerse al sistema,
¿es dejar de consumir? ¡Eso es imposible! La manera de oponerse a un sistema es
conocerlo en profundidad, y plantear su transformación. Para eso no hay otra
herramienta que la política. Lograr una producción sometida a la demanda, para
terminar con la demanda sometida a la producción, es el desafío. De eso depende
nuestro futuro en este planeta…
jueves, 9 de febrero de 2017
Falsedad ideológica
Falsedad ideológica, o pequeña reflexión sobre un meme.
Teniendo en cuenta que el dinero es la representación del trabajo social, y que sólo hay dos formas de apropiarse de él, a saber: mediante el trabajo propio o explotando el trabajo ajeno, y que esto último determina las únicas dos clases sociales existentes en el mundo, a saber: clase trabajadora y clase propietaria (de los medios de producción, financiación, comunicación, tierras, etc.), lo que determina la dicotomia de Opresores/Oprimidos, (ó, más eufemisticamente, ricos y pobres), sólo queda por concluir que la pobreza o riqueza no son estados mentales, sino lugares de posicionamiento social. Y lo que determina ese posicionamiento social es.... Chachachaaannn...! Si, el dinero, o más precisamente, el Capital acumulado.
Para corregir finalmente la frase en cuestión, yo diría lo siguiente: ser pobre no es un estado mental, es un estado social. Y tener o no tener dinero no es una cuestión temporal, sino una cuestión de utilidad, tu utilidad al sistema.
sábado, 8 de noviembre de 2014
El concierto clásico como acontecimiento poiético-social.
Reflexiones
filosóficas en torno a las normas imperantes en las salas de
conciertos. (PDF)
Pablo Daniel Buono
Licenciatura en Artes
Musicales. IUNA.
Introducción
En
una
sala de conciertos
(y desde una ubicación alta) pueden
presenciarse lo que parecieran
ser dos obras de teatro paralelas: una tiene lugar sobre el
escenario, y la otra en la platea. En
la primera, los protagonistas son los artistas, en la segunda lo es
el público. Artistas y público parecen, por momentos, competir por
el protagonismo del acontecimiento artístico, observándose
mutuamente, intercambiando sus roles.
Hay
un excelente dibujo humorístico de Joaquín Lavado, Quino1,
que
consta de tres
cuadros: en el primero, se
ve un teatro de opera por fuera en una noche de función, con el
público ingresando; en el segundo cuadro, se
muestra el interior de un teatro con el telón cerrado y el público
ya ubicado en sus butacas; y
en
el último
cuadro,
el telón se abre, pero en el escenario hay lo
que a simple vista parece ser
un gigantesco espejo en donde el público se ve reflejado, pero
en verdad es otra sala de conciertos paralela a la principal, con
otro público (los dos públicos quedan enfrentados entre sí).
Creo que es una magistral crítica social para un sector de la
población, generalmente ubicado en la platea, que va al teatro para
verse reflejado en él; que
va a
un concierto no
para disfrutar de la música, sino para mostrarse a sí mismo,
cumpliendo funciones
que van
más allá de la fruición estética. Esta especie de aristocracia,
que los grandes teatros de ópera conservan y generan por medio de
abonos de temporada, sirve de sostén para la vigencia de un sistema
tradicional de normas y costumbres que, en mi opinión, perjudica
enormemente la experiencia artística, además de volverla
inaccesible al sector social opuesto.
Lo
que me pretendo demostrar en este ensayo (en el cual me tomé la
licencia de intercalar un relato ficcional en primera persona) es que
dichas normas y costumbres, que más adelante se detallarán, pueden
ser modificadas en favor de lo que Jorge Dubatti (2011)
llama
convivio,
acontecimiento
estético en donde conviven el encuentro, la poíesis,
y
la expectación. Para esto tomaré como eje un artículo de Baldur
Brönnimann, asiduo invitado del Teatro Colón de Buenos Aires, en
donde detalla muchas
de esas costumbres y
propone algunas modificaciones.
Pero antes, definamos bien qué es un concierto.
Acontecimiento
ontológico
Jorge
Dubatti (2011)
define
al teatro como acontecimiento
ontológico, esta
definición nos puede ser de utilidad para aplicarla al concierto.
“En
su acontecer se relacionan al menos tres subacontecimientos: el
convivio, la poíesis y la expectación.” (p.
50)
Siendo
el convivio
un
encuentro espacio-temporal entre artista y público; la poíesis,
en
el sentido aristotélico, la producción de objetos artísticos; y la
expectación, el trabajo interpretativo que realiza el espectador. El
concierto es un acontecimiento ontológico en tanto y en cuanto
asistimos al ser
de la poíesis, a través del trabajo de los artistas a la vez que,
como público, también contribuimos a la construcción poiética.
Dice Dubatti que:
la expectación
no se limita a la contemplación de la poíesis, sino que además la
multiplica y contribuye a construirla: hay una poíesis productiva
(generada por el trabajo de los artistas) y otra receptiva, éstas se
estimulan y fusionan en el convivio y dan como resultado una poíesis
convivial. (p.
42)
A
su vez, el concierto, como una obra de teatro, no podría funcionar
sin aquellos tres entes
convivial-poiético-expectatorial.
Ninguno de estos
tres elementos puede ser sustraído. Puede haber convivio (en muchos
tipos de reunión) sin poíesis ni expectación, por ejemplo, en la
mesa familiar o en una reunión de trabajo: hay teatralidad
no-poiética, en consecuencia, no es teatro. Puede haber convivio y
poíesis sin expectación (con distancia ontológica), por ejemplo en
un ensayo sin espectadores: no se constituye el “mirador”, no es
teatro. Puede haber poíesis sin convivio y sin expectación, por
ejemplo, en el trabajo de un actor que ensaya en soledad: no es
teatro. Puede haber convivio y expectación (sin distancia
ontológica) sin poíesis, por ejemplo, en una ceremonia ritual, en
el fútbol: no es teatro. Puede haber poíesis y expectación sin
convivio, por ejemplo, en el cine: no es teatro... (p.
43)
Todo
este fragmento es extrapolable al contexto del concierto musical, el
cual también depende de los tres entes.
Puede
haber convivio
sin
poíesis ni expectación en un ensayo2
de música comercial3
interpretada con oficio pero sin arte; pueden estar el convivio
y
la poíesis pero no la expectación en ese mismo ensayo, ahora de
música que apasione a sus intérpretes; puede faltar sólo la
poíesis en un evento comercial donde los artistas deban interpretar
música a pedido, etc. Pero nada de eso sería un concierto
propiamente
dicho.
Para
utilizar los términos de Walter Benjamin (1973),
en un concierto presenciamos el aura
de
la obra de arte. Es decir, el ritual de su creación, el aquí y
ahora del momento en el que la obra se forma, la poíesis viva, cuyos
vestigios desaparecen en cuanto esa obra es reproducida. Hoy en día
podemos adquirir la grabación de un concierto en CD o DVD, pero de
esta manera nunca percibiremos
el aura,
nunca
asistiremos
al
ser
de la poíesis.
Hasta
aquí hemos hablado del teatro y el concierto como acontecimientos
poiéticos. Ahora
es
momento de estudiar su
inserción en la sociedad (y su condicionamiento a la moral vigente).
Y para esto, ¡nada
mejor que ir a un teatro a escuchar una buena orquesta en vivo!
El
concierto
Luego
de una breve espera en la fila de la boletería, consigo mi ticket.
Hoy, la orquesta filarmónica interpreta la
primera sinfonía de Gustav Mahler. Un
acomodador me indica mi lugar: tertulia alta, fila 2, asiento 103. A
cambio de una modesta propina, recibo el programa
del concierto. Ya cómodamente ubicado, y por faltar unos buenos
veinte minutos para el comienzo de la función, me dispongo a
observar el ambiente.
Sobre
el escenario y
con el telón abierto,
totalmente ajenos a lo que ocurre en la platea, algunos músicos
prueban sus instrumentos. Tocan escalas, arpegios, e incluso algún
que otro pasaje reconocible de la sinfonía de programa. Visten de
frac,
los hombres, y vestido largo las mujeres. El negro y el blanco son
preponderantes en el lienzo
escénico.
En la platea, totalmente ajeno a lo que ocurre sobre el escenario, el
público se va ubicando en sus butacas, asistido por cuatro
acomodadores que van de un lado a otro sin descanso. Los hombres
visten traje y corbata, brillantes vestidos las mujeres. La
sencillez tradicional masculina
contrasta visiblemente con el (también
tradicional) excesivo brillo femenino.
Las normas
Baldur
Brönnimann (2014),
un joven
director
de orquesta suizo, publicó en
su blog
personal un breve artículo acerca de cómo piensa que deberían ser
los conciertos en la actualidad.
En
él nos cuenta:
A menudo asisto a un concierto pensando que nunca estaría allí si
no fuese por interés profesional. Es una verdadera vergüenza, porque sentarse en
una sala de conciertos y no hacer nada más que escuchar durante dos horas es una
experiencia fantástica y bastante radical en nuestras vidas. Sin embargo, en los
conciertos clásicos hay muchas “normas” y costumbres tácitas que con
frecuencia se aceptan discretamente y que hacen que la experiencia del concierto clásico
sea peor de lo que
debería.
Pero, ¿a qué normas y costumbres se refiere? Y ¿por qué la
perseverancia de esas supuestas normas y costumbres hacen de la
experiencia del concierto algo peor de lo que debería ser? ¿No
tendrían que servir para mejorar esa experiencia, o para hacerla
accesible a una mayor cantidad de personas?
Vestir de etiqueta, permanecer en silencio hasta el final de una
pieza (evitando aplaudir entre los movimientos), apagar los teléfonos
celulares, recibir con aplausos la entrada en escena del concertino
de la orquesta y luego del director, leer en el programa las notas
concernientes a las piezas que se interpretarán, etc. ¿Qué
funcionalidad tiene? ¿Sirve
para poder apreciar mejor la música? ¿Ayuda
a generar un clima propicio para la experiencia musical? ¿O, por el
contrario, provoca un ambiente restrictivo e
incómodo? ¿Cómo debería ser un concierto? ¿Cómo
nos deberíamos sentir dentro de la sala?
Las luces se atenúan, los músicos
de la orquesta ya están ubicados y en silencio, el público de la
platea aún sigue hablando, pero en voz baja. Estoy ubicado en la
tertulia alta, es como un tercer piso,
y desde aquí arriba noto
que la vestimenta de los hombres de abajo es perfectamente uniforme:
trajes
grises y negros. Las
mujeres, en cambio, parecen competir por ver quién lleva el vestido
más espectacular, el abrigo de piel más natural, o el mejor peinado
de coiffeur.
Pierre Bourdieu (1988),
en su obra “La distinción”, habla sobre los gustos. “Para
que existan gustos es necesario que haya bienes clasificados, de
“buen” o “mal gusto”, “distinguidos” o “vulgares”,
clasificados al mismo tiempo que clasificantes, jerarquizados al
mismo tiempo que jerarquizantes.”
Por lo tanto, se podría
afirmar que el público de esta sala tiene buen gusto
(o
por lo menos trata de aparentarlo),
ya que está consumiendo un
bien distinguido
que lo jerarquiza. Pero,
¿esto es realmente así? ¿Todo el público presente vino a
disfrutar de una experiencia artística compleja? ¿O algunos sólo
vinieron a mostrarse, a estar,
a cumplir...?
Utilidad
Bourdieu también escribe sobre la
utilidad de la belleza. Según él,
el
interés que conceden las diferentes clases sociales a la propia
presentación, […] está proporcionado
con las posibilidades de beneficios materiales o simbólicos que
razonablemente pueden esperar de la misma; y
con mayor precisión, depende de la existencia de un mercado de
trabajo en el que las propiedades cosméticas puedan recibir un
valor.
¿Puede
ocurrir que vestirse de traje y corbata, o con un brillante vestido
de gala, y asistir a un concierto
en un teatro de ópera
tenga una utilidad, más allá de la fruición artística?
Podría ser que, para nuestra sociedad, hacerse
ver en una sala
donde se va a llevar a cabo un concierto clásico, vestido de gala y
ubicado en la platea, puede brindar los beneficios simbólicos de los
que habla Bourdieu...
Qué intereses tienen los hombres y
mujeres de la platea, no puedo saberlo, pero de algo estoy seguro:
poseen genuino interés.
Sino no estarían aquí ahora. Marta Zátonyi (2007),
en su libro Arte y
creación, nos dice:
existe
la utilidad como factor del origen e intención del arte. El
significado de la utilidad es aquí mucho más amplio y diverso que
una utilidad comúnmente considerada económica y empírica. Lo útil
compete a los fenómenos como el alma, el pensamiento, la
satisfacción intelectual, el regocijo, la fruición. El placer de la
pertenencia también concierne a lo útil... Allí se entrelaza con
otro concepto: el interés. (p.
23)
El placer de la
pertenencia. ¿Será ese el genuino interés de estas personas? ¿Será
ese el beneficio simbólico? Pertenecer. ¿A qué? A una clase
social, quizá. A una cultura elitista. Venir al teatro podría no
ser una necesidad estética, sino una demostración del status
económico de quien puede darse el lujo de pagar un asiento en la
platea.
Pero también,
asociada a las clases sociales, hay otro tipo de pertenencia: la
cultural y artística. En el libro de Zátonyi puede leerse:
el
arte genera comunidad y pertenencia; sabemos sobre qué se habla y a
qué se refiere, siempre y cuando usemos el mismo código. Suele
llamarse de este modo a un sistema de signos asociados entre sí y de
estrategia compartida. Se destaca el sistema de los signos
artísticos: cine, literatura, arquitectura, música, pintura,
cómics, las más diversas áreas del diseño. Cualquiera de estos
sistemas se ubica en un tiempo y en un espacio histórico y cultural,
sosteniendo su vigencia en convenciones.
El
incesante cotejo con ellos, de resultado positivo, su uso y su
entendimiento dan garantía de pertenencia y una especie de carta de
ciudadanía. Quedarse fuera de ellos genera la inevitable sensación
de marginación. (p.
22)
Sosteniendo su
vigencia en convenciones... Garantía de pertenencia... Sensación de
marginación... ¿Será que todas estas reglas y costumbres tácitas,
de las que habla Brönnimann en su artículo, sirven para mantener en
los
teatros
un ambiente restrictivo y cerrado, y de esa forma, garantizar el
acceso sólo a
un
sector privilegiado de la sociedad? Mirando hacia la platea, me da la
sensación de
que así es...
Las luces se apagaron
completamente. Se escuchaban
las últimas toses cuando
desde el fondo del escenario surge el último músico que faltaba: el
primer violín, concertino de la orquesta, quien es recibido con
aplausos discretos. Saluda
y se dispone a dirigir el proceso de afinación de las distintas
secciones instrumentales,
pidiéndole al Oboe que toque la nota LA.
Las costumbres
Una de las costumbres que
merecen una modificación para Brönnimann (2014),
es la de afinar a la orquesta sobre el escenario. Para él, esto se
debería poder hacer tras
bambalinas, y salir
luego con los instrumentos ya afinados. “No
deberíamos estropear el impacto de los primeros sonidos de una pieza
emitiendo al azar muchos de estos mágicos sonidos al principio de un
concierto. […] Deberían surgir del silencio total.”
Concluye.
Esto podría interpretarse como una
falta de consideración hacia los músicos que no tienen la
posibilidad de salir al escenario cargando con su instrumento ya
afinado (léase timbalistas, arpistas o tubistas), pero podría
producir un efecto interesante en cameratas de cuerdas.
(Me
sobresalta la ovación del público.
Ha entrado el
director de la orquesta. Hace una reverencia, le da la mano al
concertino e inmediatamente da comienzo a la sinfonía.)
Brönnimann tiene ideas interesantes, a mi entender. Según él, en
los conciertos clásicos falta el factor sorpresa. Los programas, en
general, son demasiado previsibles.
“Los bises son
a menudo lo que más se queda grabado en la memoria de la gente y
creo que los programadores deberían arriesgarse y no imprimir
siempre todo el programa, sino solamente ciertas obras clave.
En un concierto debe existir un elemento de imprevisibilidad.”
A ésto último suma la opinión de que todos los programas deberían
incluir una pieza contemporánea.
¿Estaría lleno el teatro hoy, si nadie supiera qué música
interpretará la orquesta? O quizá cabría hacer otra pregunta
similar: ¿estaría lleno el teatro hoy, si el programa tuviese como
obra central una pieza contemporánea, en carácter de estreno?
Habría
muchísimos curiosos, seguramente, pero gran parte del público
general no se arriesgaría a oír una pieza desconocida. Preferirían
las ya conocidas y tradicionales composiciones de siglos anteriores,
como queda demostrado en la escasez de butacas vendidas cada vez que
se programan obras actuales (y,
justamente, en la escasez de programas donde se incluyan obras
contemporáneas).
Tradición
Para
Carl Dahlhaus (1997),
el sentido de la tradición no es sólo una conciencia del pasado,
sino también una conciencia del presente y del futuro. En su libro
Fundamentos
de la historia de la música, escribe:
Quien se
abandona a las normas, instituciones y hábitos de percepción de los
siglos pasados y encuentra en ellos el firme apoyo que necesita, cree
estar seguro de sí mismo en el presente y cree poder predecir los
contornos de un futuro que apenas si representará un cambio. (p.
83)
Afincarse en la tradición es una manera de afincarse en la vida. Se
está seguro de uno mismo cuando se dejan de hacer preguntas y
comienzan las afirmaciones absolutas. Entonces ya no queda reflexión
posible.
Dahlhaus prosigue:
El signo de que
una tradición no se ha roto es el respeto por las "antiguas
verdades", que ni siquiera se pregunta si la antigüedad de una
cosa es garantía de verdad o si una norma proviene de tiempos
inmemoriales por el hecho de representar una verdad. La tradición y
la validez están tan ligadas, que la reflexión sobre las
condiciones originales, sobre un antes y un después lógico y
cronológico, parece superflua. (p.
82)
Evidentemente, venir a escuchar la primera sinfonía de Mahler, por
la orquesta filarmónica de la ciudad, en uno de los mejores teatros,
es una garantía de excelencia estética. Es una música, una
orquesta y un teatro consagrados por la tradición. Incluso la manera
de interpretar la música de Mahler está cargada de tradicionalismo.
Después de un maravilloso primer movimiento, con gran protagonismo
de los timbales y los bronces, la conclusión dramáticamente abrupta
de la música pareció sorprender a algunos oyentes, quienes
empezaron a aplaudir fervorosamente al mismo tiempo que otros
espectadores de la sala trataban de callarlos emitiendo un particular
sonido conocido como "chistido" y onomatopéyicamente
pronunciable como Shhh.
Siempre
me llamó la atención (y causóme no poca gracia) esa particular
forma de expresarse del público, peleándose entre sí (¿buscando
protagonismo, quizá? Sigo pensando en el dibujo de Quino...),
en una especie de lucha por la supervivencia de la norma (la cual
parecería indicar que no se puede aplaudir entre movimientos) contra
el desenfreno del sentimiento.
De
las diez normas
que pretende cambiar Brönnimann (2014)
de
los conciertos, ubica en primer lugar la no
libertad
del público a expresarse.
“Gustav Mahler introdujo el hábito de sentarse en silencio hasta
el final de una pieza y creo que, después de unos 100 años, ha
llegado la hora de cambiarlo. Me encanta que la gente aplauda entre
los movimientos. Es una expresión espontánea de gozo y la gente no
debería dudar en mostrar sus emociones en un concierto.”
Mostrar
las emociones, expresar los sentimientos en un concierto, ¿no sería
una forma de contribuir a la poíesis receptiva de la que habla
Dubatti? ¿Puede ser que ciertas normas atenten contra la integridad
del concierto, no dejándolo ser? Ahora comprendo a Nietzsche (2010)
cuando
se preguntaba si “la moral no sería una voluntad de negación de
la vida, un secreto instinto de aniquilamiento...” (p.
17)
Pero
si el concierto no se concibe sin el convivio
con
el público, si la poíesis receptiva de éste es tan necesaria, ¿el
público no debería tener derechos sobre el concierto, al que
contribuye con su presencia? Después de todo, como opinaba Oscar
Wilde (2007)
“es
el espectador, y no la vida, lo que realmente el arte refleja.”
(p.
10)
Brönnimann
opina que, efectivamente, el público tiene derechos sobre lo que
presencia, y debería poder usar sus teléfonos celulares en pleno
concierto. “No
me refiero a hacer llamadas telefónicas, por supuesto, pero en lugar
de desconectar los teléfonos, la gente debería poder tuitear, hacer
fotos o grabar los conciertos silenciosamente”,
concluye.
En
sus escritos, Walter
Benjamin
(1973)
habla
de las consecuencias de la reproductibilidad técnica del arte, pero
no pudo conocer un nuevo concepto asociado a esa facilidad de
reproducción que brindan las nuevas tecnologías: el compartir
masiva
y desinteresadamente.
A
partir del surgimiento de internet, compartir productos artísticos
reproducidos digitalmente con personas de todo el mundo se volvió
una tarea común para muchos de nosotros. Hoy en día, a
través de las nuevas tecnologías,
podemos capturar
y compartir
al instante cualquier acontecimiento
que estemos presenciando.
Por
supuesto que quien reciba esa captura, esa copia digital de la obra,
no podrá presenciar su aura,
pero
lo importante es que podrá presenciar la obra. La reproductibilidad
ténica fomenta y facilita enormemente la socialización del arte.
Todos podemos acceder a todo.
Fin del segundo
movimiento. Esta vez nadie se animó a aplaudir, quedamos todos
expectantes al comienzo de los timbales, que ya están sonando. Re,
la, re, la, perfecta introducción para que el contrabajo cante la
calma
y reflexiva melodía
de
la marcha fúnebre.
(Pero,
finalmente...
¿sirve para algo todo esto? ¿Es útil? ¿O simplemente se trata de
un goce espiritual, un regocijo, una satisfacción intelectual, como
dice Zátonyi?)
Inutilidad
Sobre si el
arte es útil o no, hay
opiniones diversas. Para Oscar Wilde (2007),
“todo
arte es completamente inútil.”
(p. 9)
Pero,
¿inútil para qué? Este escritor afirma que el arte no tiene por
qué ajustarse a ningún tipo de moral, sino más bien que
debe
nutrirse de la moralidad, convertirla en tema. Pero en esta
concepción, la independencia del arte con respecto a la moral
también funciona a la inversa, inutilizando la injerencia
del arte en la cuestión social.
Theodor Adorno
(1983),
por el contrario, teoriza sobre la fealdad en el arte opinando que
ésta debe tener una función revolucionaria y denunciatoria sobre
las injusticias de la sociedad. “El arte tiene que convertir en uno
de sus temas lo feo y proscrito: pero no para integrarlo, para
suavizarlo, [...] tiene que apropiarse de lo feo para denunciar en
ello a un mundo que lo crea y lo reproduce a su propia imagen”,
escribe.
Útil, inútil...
¿Por qué nos
preguntamos
por
la utilidad
del arte?...
Darío
Sztajnszrajber (2014),
en su libro ¿Para qué sirve la
filosofía?, desarrolla
un concepto que en este momento (muy jocosamente lo escribo) me puede
resultar útil. Este filósofo plantea a la filosofía como un saber
inútil que cuestiona la utilidad de las cosas.
[la filosofía] es un saber inútil
porque cuestiona que todo tenga que ser
útil, cuestiona el principio de utilidad como valor dominante,
naturalizado y normalizador de todos nuestros actos. Es un saber
inútil porque a diferencia del resto de los saberes no responde por
el cómo sino que pregunta por el qué. No responde, pregunta. Y en
la pregunta, interrumpe. (p. 39)
Conclusiones
Interrumpe... ¿Servirán para eso la filosofia y
el arte? Para interrumpir el funcionamiento normal de las cosas, del
mecanismo social, quizá... Interrumpirlo para pensarlo, observarlo,
cuestionarlo...
Estoy de acuerdo con la apreciación de Sztajnszrajber, “la
filosofía tiene mucho de arte” (p. 37), a la cual agregaría
que, también, el arte tiene mucho de filosofía. Con el arte se
filosofa, porque ayuda a pensar, provoca pensamiento.
Pero, a su vez, el arte necesita cierta libertad de expresión, que a
veces se ve coartada por normas y costumbres que buscan la
preservación de la forma, sin darle importancia al contenido. El
concierto, como acontecimiento, debe ser modernizado. Las normas aún
vigentes deben actualizarse para facilitar la llegada del arte (en
este caso, la música sinfónica) a un público lo más amplio
posible.
Entiendo que el sistema de abonos pueda ser de vital importancia para
la economía de un teatro de ópera, pero a veces se le da demasiada
importancia al sector de abonados, programando ciertas óperas o
piezas de “éxito asegurado” o funciones de abono únicamente.
Esto último, con el agregado de una política de precios totalmente
excluyente, aleja al gran público del arte, convirtiéndolo en un
pasatiempo de elite.
Todo elitismo produce estancamiento y conservadurismo, por lo tanto
no puede permitirse que la clase dominante influya sobre la
programación de un teatro. El poder económico no debería
condicionar al arte. Parafraseando a José Ingenieros (1961), cuando
escribió que “la felicidad que da el dinero consiste en no tener
que preocuparse de él” (p. 168), pienso que el arte debería
tener esa felicidad.
En esto estaba pensando cuando me interrumpió una exploción de
aplausos y gritos de ¡bravo! con los cuales se llenó toda la
sala. Al parecer, la sinfonía había terminado sin que me diera
cuenta.
El director saluda al público inclinándose hacia adelante, luego le
da la mano al concertino, y después hace parar a los solistas
principales, luego a cada sección de la orquesta, y por último a
toda la orquesta completa. El aplauso es constante. De repente sale
del escenario, y vuelve a entrar para repetir toda la ceremonia de
saludos otra vez. El público no deja de aplaudir, yo sí porque me
queman las manos. Fue un gran concierto, sin duda. Pero podría haber
sido todavía mejor. Creo...
Bibliografía
Adorno, T. (1983). Teoría
estética. Barcelona: Orbis-Hyspamérica.
Benjamin, W. (1973). La obra
de arte en la época de su reproductibilidad técnica. En Discursos
interrumpidos. Madrid: Taurus.
Bourdieu, P. (1988). La
distinción. Madrid: Taurus.
Brönnimann, B. (2014). 10
cosas que deberíamos cambiar en los conciertos clásicos. Disponible
en:
http://www.baldur.info/es/blog/10-things-that-we-should-change-in-classical-concerts/
Dahlhaus, C. (1997).
Fundamentos de la historia de la música. Barcelona: Gedisa.
Dubatti, J. (2011).
Introducción a los estudios teatrales. México D. F.: Libros
de Godot.
Ingenieros, J. (1961). El
hombre mediocre. Buenos Aires: Losada.
Nietzsche, F. (2010). El
origen de la tragedia. Buenos Aires: Terramar.
Sztajnszrajber, D. (2014).
¿Para qué sirve la filosofía?. Buenos Aires: Planeta.
(Edición digital)
Wilde, O. (2007). El
retrato de Dorian Gray. Buenos Aires: Gradifco.
Zátonyi, M. (2007). Un mundo
amplio. En Arte y creación. Buenos Aires: Capital
intelectual.
1Salvador
Lavado, J. (1986). Bien, gracias. ¿Y usted?. Buenos
Aires: Ediciones de la flor.
2Con
ensayo me refiero a la práctica músical sin público.
3Considero
música comercial a toda aquella música que circula por los medios
de comunicación, como televisión, radio, etc. y que se hace con la
principal finalidad de vender o lucrar.
domingo, 25 de mayo de 2014
El Cairo
A Roberto Fontanarrosa
Subo por Urquiza y doblo en San Martín a la izquierda, sigo hasta Santa Fe y doblo a la derecha, en un trayecto laberíntico cuyo centro no pertenece a ningún minotauro, sino a la simple intención de tomar un café en donde tantas personas y personajes ya lo han hecho antes.
A una cuadra un cartel me tranquiliza y me confirma que voy por buen camino: “Cine El Cairo”. El famoso bar homónimo está al lado, en la esquina.
Me lo había imaginado de otra forma. Un barsucho setentista: pocas mesas, un mozo perezoso, un dueño apostado detrás de una barra, pósters de Rosario Central en la pared, alguna pizarra de felpa negra con letras plásticas blancas pegadas describiendo los productos más típicos de la casa y sus precios desactualizados, estanterías con botellas de ignota procedencia, un cielo raso con problemas de humedad, aroma a café quemado y, por supuesto, varias mesas ocupadas con personas del género masculino (tipos) teniendo acaloradas discusiones entre fecas, lisos y algún que otro carlitos demorado y reseco.
Llego a la esquina y empujo la imponente puerta de maderas terciadas, entro a una especie de recibidor muy pequeño, en donde una chica se acerca y me saluda muy decidida con un potente ¡Hola!
– Ehhh, qué tal, vengo a tomar un café.-- Me pareció decir.
– Sí, pase y siéntese donde quiera.
Me sentí un poco mal por la inutilidad del trabajo de la recibidora, ya que lo que me indicó era lo que iba a hacer de todas formas. Elegí una mesa junto a la ventana, me senté y me dispuse a observar el bar en donde tantas charlas sirvieron de inspiración para la mejor literatura costumbrista que se haya podido escribir.
El lugar tenía un tamaño como si para construirlo hubiese sido necesario demoler cuatro bares a la redonda. Era un auténtico café del siglo XXI: moderno, una barra descomunal, muchas mesas, alrededor de diez mozos estresados cargaban los pedidos en varias computadoras, en las paredes y algunas columnas (necesarias para mantener tan vasto lugar abierto) habían retratos autografiados de gente famosa tomando algo en ese mismo lugar, no había pizarra de precios sino cartas forradas en cuero y repletas de folios en donde se daban a conocer todas las posibilidades culinarias que uno se pudiera imaginar, los precios estaban al día (y un poco adelantados, quizá), el cielo raso impecable, el aroma era a capuchino recién hecho, y las mesas (pocas) estaban ocupadas por seres de indeterminada índole charlando entre platos del día, submarinos y algún que otro “muffin” con chispitas de chocolate.
Era evidente que a ese lugar no sólo se iba a tomar café y a hacer relaciones públicas, sino también a almorzar, merendar, cenar, y en algunas ocasiones hasta a bailar el tango, como algunos carteles pegados en la ventana con el título de “Jueves: Noche de milonga” sugerían.
Mi cabeza siguió girando y mis ojos descubrieron que al final del bar había una especie de escenario muy pequeño (¿Entrará una orquesta de tango allí?), y en un rincón, algo así como un altar en honor a la divinidad que consagró y llevó a la gloria el nombre de “El Cairo”.
Muy bien decorado, en ese altar se ofrecían libros, revistas, imágenes paganas y otros artículos, todos ellos custodiados por los ojos de una estatua de cera a escala real de El Creador.
Ya me había olvidado que pedí un capuchino (el olor me tentó) cuando este de pronto llegó de la mano de uno de los mozos (otro distinto al que se lo pedí) junto a una galletita envasada al vacío y un vaso de agua con burbujas. Fué en ese momento cuando sucedió.
Dicen que los humanos tenemos electricidad en el cuerpo, necesaria para que en el cerebro se produzcan los chispazos que nos llevan a pensar o a rascarnos donde nos pica.
En este caso, primero me rasqué la cabeza y luego pensé. Pensé en varias cosas, pero todas se relacionaban con algo: el lugar donde me encontraba.
Pensé que en la época de “La mesa de los galanes” este lugar no debería ser como es ahora, sino más parecido a como yo me lo imaginaba antes de empujar esa puerta de maderas terciadas. Pensé en el profesor Reiner, y en la imposibilidad de decirle a Borzone que “a las mujeres les pudrió el bocho el Para Ti” en un lugar como éste, incapaz de invitar a la reflexión. No me pude imaginar a nadie corriendo putos del baño con un trapo rejilla húmedo, y después contando la anécdota en alguna de estas mesas, donde hará veinte o treinta años ocurrió semejante hecho (hoy en día sería un escándalo). Y pensé también en que si este lugar hubiese sido siempre así, no podría servir de inspiración a nadie.
Al llegar a esa conclusión, sentí una frase que sobresalió por encima del ruido de la muchedumbre: “Sabés lo que pasa, Pablo. El problema de la revolución cubana fue la incapacidad de los cubanos para pronunciar correctamente la palabra mierda...”
Sin entender bien lo que acababa de escuchar, salí del mundo onírico de los pensamientos y me reincorporé a duras penas en el mundo terrenal de la mesa de El Cairo y el capuchino a medio tomar. Miré hacia adelante y lo ví.
Sentado en la silla de enfrente, pelado y con barba de una semana, tenía puesto un buzo por lo menos dos talles más grande y algo arrugado, el codo derecho sobre la mesa y con la mano sujetaba un pocillo de café humeante. “... Ellos dicen mielda, en vez de mierrrda.”
Sin comprender el cómo ni el por qué de la situación, un atisbo de razocinio me hizo preguntar:
– ¿Y eso qué tiene que ver?
– La manera de pronunciar las palabras forma la identidad de un pueblo. Antes los rosarinos nos comíamos las eses, hablabamo todo h'así. Ahora ya no, nos hemos aporteñado...
– Bueno, pero Rosario siempre quiso ser como Buenos Aires.
– Si y no. Tenemos una relación de amor-odio con los porteños. Pero lo que acaba de pasar es que El Cairo era un bar rosarino, y por culpa mía se ha convertido en una “confitería” porteña.
– No es culpa suya, Roberto, no sea tonto...
– Tonto, qué palabra de mierda...
– Tiene razón. ¡No sea pelotudo, Roberto! Usté llevó la literatura rosarina a lo más alto, le dió vida y aura literaria a personas y situaciones comunes, a charlas de bar, al fútbol, el trago, las trolas... Los sacó de la clandestinidad y los subió a un escenario a representar la condición humana. Usted es un maestro, Roberto, ¡un maestro! El Cairo es el representante del ideal de bar, no importa que ya no exista, todavía quedan bares en donde se puede charlar, filosofar a cualquier hora y con cualquiera, tomarse un café sin sacar cuentas y encontrarse con la gente que uno quiere. Y eso existe acá nada más. En Buenos Aires ya no quedan. ¡En Rosario todavía hay esperanza!
Al notar que un grupo de mujeres jugando a la canasta en la mesa de al lado me miraba y disimulaba sus comentarios, me sentí inhibido y bajé un poco la voz.
Ya era tarde y se veían dos o tres estrellas en el cielo violáceo. Pedí la cuenta y pagué el capuchino y el café chico. Me puse la campera, saludé a la recibidora y salí. No me dieron ganas de volver.
Bar El Cairo, en 1997.
domingo, 18 de mayo de 2014
CONTRATAPA
Nombre de mujer:
Marianela.
Letra de tango:
tu amor fue
una puñalada trapera
que me dejó encintao
en plena primavera.
Cultura para todos:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilaFUEGOOOO TATATATATA
Efemérides:
Un día como hoy, en 1923, Juan Felipe Pinha dijo el abecedario al revés y le faltaron 3 letras.
Alfredocaserismo:
Te daría unos besos en la trucha...
Oído al pasar:
[...] y se me terminó secando...
Precio del PT:
ticinco.
Consejo:
Ser citrus.
Marianela.
Letra de tango:
tu amor fue
una puñalada trapera
que me dejó encintao
en plena primavera.
Cultura para todos:
Muchos años después, frente al pelotón de fusilaFUEGOOOO TATATATATA
Efemérides:
Un día como hoy, en 1923, Juan Felipe Pinha dijo el abecedario al revés y le faltaron 3 letras.
Alfredocaserismo:
Te daría unos besos en la trucha...
Oído al pasar:
[...] y se me terminó secando...
Precio del PT:
ticinco.
Consejo:
Ser citrus.
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